Sanar al niño interior: cómo curar las heridas emocionales de la infancia
Muchas personas llegan a consulta sintiendo que reaccionan con una intensidad que incluso a ellas mismas les sorprende.
Quizás te has dado cuenta de que, en algunas situaciones, reaccionas con una intensidad que incluso a ti te sorprende. Una palabra mal dicha, una crítica, una sensación de abandono… te generan un dolor demasiado grande.
A lo mejor, te preguntas por qué te afecta de esa manera, si “no debería doler tanto”.
A veces nuestras reacciones no tienen que ver con el presente, sino con el pasado. Esto pasa porque hay una parte de ti, que guarda la memoria de lo que fuiste y de lo que necesitaste: tu niño interior.
Resumen de contenidos
Toggle¿Por qué mirar a tu niño interior puede transformar tu bienestar emocional?
En la infancia, quizá aprendiste que mostrar tus emociones no era seguro, o que debías ser fuerte para ser querido.
En psicología hablamos del niño interior para referirnos a una parte de ti que sigue muy viva: aquella que guarda tus experiencias más tempranas, las alegrías y también las heridas de la infancia que quedaron sin resolver.
Aunque hayas crecido, esa parte de ti sigue presente y tiene un impacto emocional directo en tu yo actual. Es por esto que muchas veces, nuestras reacciones actuales son ecos de heridas de la infancia que no han encontrado aún un cierre.
Una paciente me dijo una vez: “Sé que no me están rechazando, pero lo siento como si me abandonaran”.
Quizás te ha pasado que tu pareja o alguien de tu entorno, se aleja un poco de ti y sientes un vacío enorme. O recibes una crítica y aparece un dolor inmenso. Cuando esto te pasa, puede estar hablándote tu niño interior, esa parte que aprendió a sobrevivir con el miedo a ser abandonado, a sentirse insuficiente o a buscar de forma constante la validación de los demás.
Los síntomas de estas heridas son:
- Reacciones emocionales desproporcionadas
- Miedo al abandono o al rechazo.
- Sensación persistente de no ser suficiente.
- Necesidad constante de aprobación.
Mirar a tu parte infantil y aprender a sanar partes emocionales no es un viaje al pasado, sino una inversión en tu presente. Esto no significa quedarte atrapado en el pasado, sino darle un lugar digno a lo que aún duele, para poder vivir el presente con más calma, confianza y libertad.
Qué es el niño interior desde la psicología clínica
Como te he explicado en el apartado anterior, el niño interior es una figura emocional reconocida dentro de la psicología clínica y utilizada en múltiples enfoques de intervención.
Se trata de nombrar la parte emocional más temprana que todos llevamos dentro, esa que guarda tanto las experiencias de cuidado y seguridad como las heridas de la infancia que quedaron abiertas.
Reconocer estas partes nos ayuda a entender por qué reaccionamos hoy con una intensidad que a veces no encaja con el presente.
Diferentes corrientes de la psicología reconocen su importancia.
- Desde la psicología humanista, se trabaja para sanar partes emocionales que no fueron atendidas y la aceptación hacia uno mismo.
- En enfoques psicodinámicos, se explora cómo los vínculos tempranos y la manera como nos trataron de pequeños, siguen marcando nuestra manera de relacionarnos con los demás en el presente.
- En terapias actuales centradas en el trauma y el apego, se entiende al niño interior como una parte viva que necesita ser escuchada, comprendida y acompañada.
En consulta, estos enfoques se traduce en algo concreto: ofrecer un espacio donde esa parte interna pueda ser reconocida y escuchada.
Cuando el paciente logra comprender y atender a su niño interior, puede dejar de repetir viejos patrones y abrirse a formas más sanas de relacionarse consigo mismo y con los demás.
Para trabajarlo, utilizamos ejercicios de visualización, escritura terapéutica o role playing emocional que permiten conectar con esa parte interna de una forma segura.
El objetivo es integrar, no revivir.
IFS (partes internas)
Puede que esta sensación te resulte familiar: notas que una parte quiere complacer y otra se enfada por dentro.
Mirarnos desde el trabajo con partes internas (IFS) propone una mirada amable hacia nuestro mundo interior y nos permite entender que dentro de nosotros conviven distintas emociones y cada una tiene una función. La rabia que protege, la tristeza que pide cuidado, el miedo que intenta mantenernos a salvo.
Comprender estas partes nos ayuda a reconocer cuándo quien reacciona es nuestro niño herido, y no el adulto que somos hoy. Aprender a dialogar con ellas nos da libertad: dejamos de reaccionar desde el impulso y empezamos a responder desde un yo más consciente y compasivo.
Es importante escuchar a cada parte sin juzgarla. Esto nos ayuda a integrar nuestra historia de vida, a no luchar contra lo que sentimos y a acompañar a lo que necesita consuelo.
De esta manera, el niño interior deja de sentirse solo y puede empezar a sanar.
Análisis transaccional
En la infancia, quizá aprendiste que “ser bueno” era no quejarte, y hoy te cuesta decir lo que necesitas.
El análisis transaccional nos enseña que dentro de nosotros viven distintas voces o “yoes”. A veces responde el adulto: sereno, racional, conectado con el presente. Pero en otras ocasiones, sin darnos cuenta, quien toma el mando es nuestra parte infantil, la que busca cariño, teme decepcionar o necesita sentirse segura.
Aprender a reconocer qué parte está hablando en cada momento puede cambiar mucho la forma en que te relacionas contigo y con los demás. Por ejemplo, si notas que te cuesta decir “no” o que te duele demasiado una crítica, puede que no sea el adulto quien reacciona, sino ese niño herido que aún teme ser rechazado.
Cuando lo ves así, ya no te juzgas: entiendes lo que pasa y puedes ofrecerte calma, recordarte que hoy ya no estás solo, que tienes más recursos y que puedes responder desde un lugar más maduro, libre y compasivo.
Terapia humanista o del trauma
Muchas personas llegan a consulta sintiendo que “no deberían sentirse así”, y eso ya es una herida.
Desde la psicología clínica, las terapias humanistas y del trauma invitan a mirar hacia dentro con compasión y parten de una idea simple pero profunda: cada emoción tiene una historia. Nos enseñan que no somos solo lo que mostramos hoy, sino también las partes internas que quedaron marcadas por experiencias pasadas.
Escuchar al niño interior en terapia significa reconocer al niño herido que un día sintió miedo, abandono o soledad y, a día de hoy, sigue buscando cuidado y validación, aquello que no tuvo en el pasado. No se trata de quedarnos en el pasado, sino de reconocer que aún vive dentro y necesita consuelo.
Este trabajo nos ayuda a integrar lo que fuimos con lo que somos, construyendo una base más estable desde la que vivir con calma, confianza y amor propio.
Ateniendo a esa parte interna, dejamos de repetir patrones de dolor y aprendemos a ofrecerle lo que antes faltó: seguridad, ternura y mirada.
Niño herido, adaptado y esencial: tres partes que conviven en ti
Imagina que dentro de ti hay tres voces.. Una es el niño herido, que aún lleva consigo el dolor del rechazo, la humillación o la falta de cariño. Otra es el niño adaptado, que aprendió a no molestar, a callar o a fingir que no le afecta. Y la tercera, el niño esencial, tu parte más libre, creativa, espontánea, curiosa y auténtica.
Reconocer qué parte está presente en cada situación nos permite pausar y escuchar lo que realmente necesitamos. Cuando identificamos que es el niño herido quien teme el rechazo o busca complacer, podemos ofrecerle calma y actuar desde una posición más madura y consciente.
Integrar todo esto, no es volver al pasado, sino recuperar tu esencia sana y acompañar con ternura lo que aún duele.
Heridas emocionales de la infancia que pueden seguir abiertas
Muchas personas llegan a consulta pensando que hace falta haber vivido un maltrato evidente para cargar con heridas emocionales de la infancia. A veces, lo que duele no es lo que pasó, sino lo que faltó: una mirada, una palabra amable, un abrazo a tiempo, la falta de validación o una educación excesivamente exigente también pueden dejar huellas que persisten en la edad adulta.
Estas heridas sutiles dejan marcas profundas en la forma en que hoy nos relacionamos, nos exigimos o buscamos amor . Entre las más comunes encontramos:
Invalidez emocional: cuando tus sentimientos fueron ignorados o minimizados.
Falta de afecto: crecer sin muestras de cariño deja un vacío difícil de nombrar.
Críticas o humillación sutil: mensajes constantes de “podrías hacerlo mejor”.
Exigencia excesiva: sentir que solo eras valioso si rendías o complacías.
Parentalización: cuidar de otros antes de tiempo.
Estas experiencias, aunque sean sutiles, pueden transformarse en trauma emocional infantil, activando miedos al abandono, necesidad de aprobación o dificultad para confiar.
Reconocer y poner nombre a estas heridas es el primer paso para entender por qué el niño interior sigue buscando amor o aprobación. Al conectar con su dolor, podemos ofrecer a nuestro niño interior el cuidado y la validación que nunca recibió y empezar a sanar y construir una relación más segura con nosotros mismos.
Frases, carencias y dinámicas que dejan huella
intención, pero que enseñaron al niño interior a esconderse:
- No llores, que no es para tanto → aprendiste a negar el dolor.
- Siempre haces todo mal → nació la sensación de no ser suficiente.
- Los niños buenos no se quejan → aprendiste a reprimir tus necesidades.
- No molestes→ interiorizaste que amar era no ocupar espacio.
A estas frases se suman carencias sutiles: padres ausentes, falta de abrazos, de elogios y de escucha. Y dinámicas que pesan: ser fuerte, complacer para evitar el rechazo, cargar con responsabilidades de los adultos como cuidar de los demás o buscar amor cumpliendo expectativas de otros.
Todo esto deja huellas invisibles en el niño interior, que hoy puede sentirse inseguro, temeroso o en constante búsqueda de aprobación y moldean la voz interna que hoy juzga, exige o teme.
Poner palabras ayuda a comprender estas heridas y esto es el primer paso para sanarlas.
Cómo se manifiestan esas heridas en la vida adulta
Las experiencias tempranas dejan marcas que, aunque son invisibles, siguen influyendo en la forma en que pensamos, sentimos y nos relacionamos. No es debilidad: es una estrategia de supervivencia que funcionó entonces, pero hoy necesita actualización.
Estas heridas se manifiestan en dos planos:
Con los demás, aparece una búsqueda constante de aprobación, el miedo a decepcionar, a ser rechazado o a la necesidad de tener que “ganarse” el cariño de los demás. Puede que te cueste decir “no” por miedo a decepcionar o a que se alejen de ti. A veces dices que sí aunque estés agotado, o te esfuerzas en hacerlo todo perfecto para que nadie te rechace.
Contigo mismo, quizá aparece una voz exigente que no perdona fallos, que te empuja a seguir aunque estés cansado y no te deja disfrutar sin sentir culpa. A veces sientes que cumples con todo, pero por dentro hay un vacío difícil de llenar, una desconexión que te impide sentir con claridad lo que pasa dentro de ti.
Cada una de estas señales es la forma en que tu niño interior pide atención. Su intención no es culparte, sino recordarte que aún necesita ser escuchado y cuidado. Y que hoy, como adulto, puedes ofrecerle ese amor que antes faltó.
En los vínculos: miedo, complacencia y dificultad para poner límites
Cuando las heridas de la infancia no se atienden, en la edad adulta aparece una tendencia a complacer y evitar conflictos. Muchas personas que llegan a consulta reconocen frases como: “No sé decir que no, aunque me agote” o “Me cuesta discutir, cedo por evitar conflictos”.
Esta necesidad de agradar es una estrategia de tu parte infantil que busca mantener el amor y la seguridad. Sin embargo, vivir así genera desgaste, resentimiento y pérdida de autenticidad.
Sanar implica aprender a poner límites desde el respeto: decir “no” sin miedo, expresar desacuerdos con calma, reconocer que cuidar de ti no daña a nadie.
Los vínculos más sanos no se construyen desde la sumisión, sino desde la autenticidad. Y cuando te tratas con respeto, enseñas a los demás a hacer lo mismo contigo.
En la relación contigo: crítica interna, vacío y desconexión
Puede que estas frases te resulten familiares.
Muchas personas viven atrapadas en un diálogo interno exigente: “Nunca es suficiente lo que hago”, “No me permito descansar”, “Siento que funciono, pero no vivo”.
Esta voz crítica nace del intento de tu niño herido de evitar el rechazo a través del esfuerzo constante, una exigencia que acaba generando un vacío y desconexión emocional.
En terapia, el trabajo consiste en reconocer esa rigidez y aprender a gestionar la rabia acumulada de forma sana sin dirigirla contra ti ni contra los demás: expresarla, escribirla, poner palabras al cansancio y al dolor.
Cuando empiezas a escucharte con compasión, recuperas la capacidad de sentir placer, descanso y calma; dejas de sobrevivir y comienzas a vivir con autenticidad.
¿Qué implica realmente reparar vínculos primarios?
Este bloque debe explicar el proceso interno de sanar sin culpar. Introduce la idea de que el adulto actual puede convertirse en figura interna de cuidado.
Reparar vínculos primarios no significa culpar a nuestros padres ni reescribir el pasado. Sanar es un proceso interno: reconocer las heridas emocionales que dejaron las carencias afectivas y ofrecer hoy lo que antes te faltó.
Este proceso de sanación implica:
- Validar el dolor que viviste es tu infancia y aceptar que aquello que te hicieron, dolió aunque no haya sido intencionado.
- Reconocer que lo que viviste fue difícil y que tus emociones son legítimas. Es importante escuchar tus emociones auténticas —la rabia, la tristeza, el miedo, la soledad—, sin juzgarlas ni minimizarlas porque son mensajes del niño interior que pide ser visto, escuchado y comprendido.
- Cultivar el autocuidado desde la ternura, tratarnos como trataríamos a un niño herido: con paciencia, descanso y palabras amables.
- Desarrollar una parte adulta protectora que acompañe, calme, proteja y guíe. Esa parte es la figura interna que el niño necesitaba y que hoy tú puedes ser.
Al integrar estas partes, el adulto que eres hoy se convierte en refugio para ese niño interior. Así, las relaciones dejan de estar guiadas por viejas heridas y se transforman en espacios más seguros.
Validar, reconectar, cuidar: tres pilares del proceso de reparación
El proceso de sanar heridas emocionales se apoya en tres pilares esenciales:
- Validar: reconocer tu dolor sin minimizarlo, incluso aunque otros no lo entiendan. Poder decir “Pude llorar por lo que nunca me permití sentir” abre el camino a la autocomprensión.
- Reconectar implica volver a escuchar a tu niño interior: notar cuándo aparece la tristeza, el miedo o la necesidad de afecto. Puedes hacerlo a través de la escritura, la terapia o momentos de silencio consciente.
- Cuidar: desarrollar una relación compasiva contigo. Aprender a decirte “Estoy aprendiendo a cuidarme con ternura, no con exigencia”, hablarte con amabilidad y crear una figura interna que te proteja y te consuele.
Cuando practicas estos tres pasos, empiezas a reparar vínculos primarios, convirtiéndote en el adulto que sostiene y acompaña. El refugio que antes necesitabas y te faltó pero que hoy puedes ofrecerte.
Cómo puede ayudarte la terapia a trabajar con tu parte infantil
La terapia te ofrece un espacio donde puedes mirar dentro de ti sin sentirte juzgado. Allí, con acompañamiento, puedes poner palabras a emociones que antes resultaban demasiado dolorosas.
El trabajo con tu parte infantil no va de revivir el pasado, sino de reconocer cómo aquello que viviste sigue marcando tu forma de sentir hoy. No es culpar, sino entender y sanar desde la comprensión y el cuidado.
La terapia para sanar al niño interior no busca culpar al pasado, sino comprender cómo esas experiencias tempranas siguen vivas en el presente.
En consulta se trabaja en un entorno seguro donde puedes:
- Reconectar emocionalmente con lo que fuiste y con lo que aún está dentro de ti.Conectando con tus emociones, aprendes a reconocerlas y a darles un sentido.
- Darte permiso a sentir emociones reprimidas o negadas y aprender a escuchar sin miedo ni juicio lo que tu parte infantil necesita expresar
- Revisan creencias que surgieron del trauma o de mensajes tempranos como “tengo que hacerlo perfecto” o “no puedo molestar” y que hoy te limitan. Se aprende a cuestionarlas y transformarlas con amabilidad:
Desde enfoques como IFS (trabajo con partes internas) o EMDR, se acompaña la integración emocional para que esa heridas dejen de dirigir tu vida desde el dolor.
La terapia se convierte así en un espacio donde puedes mirarte con ternura, liberar lo que pesa y fortalecer tu parte adulta, capaz de proteger y cuidar a tu niño interior.
Enfoques eficaces: IFS, EMDR, terapia del apego y más
Existen diferentes caminos para sanar al niño interior, y cada enfoque aporta algo valioso.
- El modelo IFS (trabajo con partes internas) permite reconocer y escuchar las distintas voces que conviven dentro de ti: la exigente, la protectora, la herida. Escucharlas es el primer paso para reconciliarte contigo.
- Con EMDR, se acompañan recuerdos difíciles para liberar la carga emocional que todavía duele. Este enfoque ayuda a procesar experiencias dolorosas o bloqueadas, para que dejen de generar reacciones intensas en el presente.
- La terapia del apego ayuda a construir una sensación de seguridad emocional, fortaleciendo la relación contigo mismo y con los demás.
Cada enfoque tiene un propósito común: ofrecer un espacio seguro donde integrar tu historia, liberar el dolor y ayudarte a vivir con más calma, autenticidad y conexión contigo.
Qué se trabaja en consulta: del permiso a sentir al vínculo interno
En terapia, el proceso empieza dándote permiso a sentir. Muchas personas llegan acostumbradas a reprimir sus emociones o a juzgarlas. Aquí, aprenderás a reconocerlas y validarlas.
La rabia, la tristeza o el miedo dejan de verse como debilidades y se reconocen como señales de una parte que necesita atención. Todas tienen una historia que merece ser escuchada.
A medida que las emociones encuentran espacio, se construye un vínculo interno entre tu parte adulta y tu niño interior. Esa figura adulta aprende a consolar, proteger y acompañar a las partes heridas que un día se sintieron solas.
El objetivo no es borrar el pasado, sino ofrecer hoy lo que antes faltó: ternura, cuidado y seguridad. Así se desarrolla una relación más amorosa contigo, donde puedes sostener tus emociones sin miedo y habitarte con calma.
¿Por dónde empezar? Primeros pasos para reconectar con tu niño interior
Reconectar con tu niño interior es un proceso delicado que requiere tiempo, ternura y seguridad. No se trata de forzar tus emociones ni buscar recuerdos dolorosos, sino de abrir un espacio amable donde lo que estuvo reprimido pueda aparecer poco a poco.
Puedes empezar prestando atención a tu mundo emocional:
¿Cómo te hablas cuando algo no sale bien?
¿Qué sientes cuando te equivocas, te rechazan o te piden demasiado?
¿Tiendes a exigirte o a invalidar lo que sientes?
Estas reacciones son huellas de una historia que merece ser comprendida, no juzgada.
Reconectando con tu parte más sensible te estas dando permiso para sentir, incluso lo que incomoda. No se trata de forzar recuerdos, sino de sentir las emociones de ahora, desde un espacio seguro. Cuando te permites escucharlas sin castigarte, empiezas a construir vínculo de cuidado y respeto contigo mismo.
Este camino requiere paciencia y delicadeza. No hay pasos rápidos ni fórmulas mágicas: cada gesto de comprensión es ya una forma de sanación. Se trata de aprender a estar contigo, a sostener tus emociones sin huir de ellas y a acompañarte como lo harías con alguien que quieres.
Visualizaciones, cartas, diarios: prácticas terapéuticas seguras
Las prácticas terapéuticas como las visualizaciones, las cartas y los diarios emocionales son formas suaves y seguras de reconectar contigo.
- Visualización: cierra los ojos e imagina a tu niño/a en un lugar tranquilo. Pregúntale cómo está, qué necesita. Quizás te diga “tengo miedo” o “solo quiero un abrazo”. Acércate y dile: “Estoy aquí contigo para protegerte”
- Carta a tu niño/a interior: conecta con tu niño/a interior y háblale desde tu parte adulta: “Ahora estoy aquí, ya no estás solo. No tienes que ser perfecto para ser querido”.
- Diario emocional: reconoce las emociones que antes pasaban desapercibidas y nombrarlas con amabilidad.
Estas prácticas no buscan remover dolor, sino ofrecer escucha y ternura a lo que fue silenciado. Cada palabra escrita y cada imagen imaginada son actos de cuidado profundo.
¿Y si no me identifico?
No todas las personas conectan de inmediato con la idea de sanar al niño interior. Es común que aparezcan pensamientos como: “No recuerdo mi infancia”, “Esto no va conmigo” o “No creo que tenga traumas”.
Lejos de ser un obstáculo, estas frases son mecanismos de defensa que tu mente creó para protegerte de experiencias que, en su momento, fueron demasiado intensas o dolorosas. Desconectar fue una forma de sobrevivir.
El trabajo terapéutico no consiste en forzar recuerdos ni en buscar imágenes del pasado, sino en prestar atención a lo que ocurre aquí y ahora.
Puedes comenzar por reconocer tus emociones actuales:
- Miedo a decepcionar o a perder la aprobación.
- Dificultad para poner límites.
- Exigencia constante y autocrítica interna.
También puedes observar cómo te tratas:
- ¿Cómo te hablas cuando cometes un error?
- ¿Cómo reaccionas ante el rechazo o la crítica?
- ¿Qué sientes cuando descansas o cuando no cumples tus propias expectativas?
Estas pistas son la huella de tu historia emocional, aunque no tengas recuerdos claros.
Sanar no es recordar cada detalle, sino escuchar con ternura lo que hoy emerge y acompañarlo con respeto.
Si tu mente bloqueó recuerdos, quizá fue para protegerte. Hoy, con más recursos y acompañamiento, puedes mirar tu historia con ojos nuevos.
El proceso comienza con una actitud compasiva: no exigir, sino ofrecerte presencia, paciencia y cuidado.
“No recuerdo mi infancia”, “No sé por dónde empezar”…
Puede que no tengas recuerdos claros de tu infancia, y eso no significa que no haya nada que sanar. Muchas veces, la mente guarda silencio sobre aquello que nos hizo daño porque recordarlo pesa demasiado.
Empieza por observar cómo te sientes en tu día a día.
Fíjate en esas reacciones que se repiten: cuando alguien te corrige, ¿te encoges por dentro? Si cometes un error, ¿te hablas con dureza? Cuando intentas descansar, ¿aparece la culpa? No hace falta que respondas con exactitud; basta con que te des cuenta de que esas emociones dicen algo de ti, de tu historia.
Sanar no va de recordar cada detalle, sino de escuchar lo que tu cuerpo y tus emociones cuentan hoy. Tal vez no tengas palabras, pero hay sensaciones, vacíos, exigencias, miedos… señales de que una parte de ti aún espera ser comprendida.
Tu mente no se equivocó al protegerte. Cerró puertas que entonces no podías abrir. Pero hoy, con más recursos y acompañamiento, puedes acercarte a tu historia con suavidad, sin exigirte nada, con la paciencia que mereces.
Lo que NO es sanar al niño interior (y por qué importa saberlo)
En los últimos años, hablar del niño interior se ha vuelto común, pero no siempre desde una mirada clínica y rigurosa. Por eso es importante aclarar qué no significa este proceso, para evitar confusiones o expectativas poco realistas.
Sanar al niño interior no es:
- Infantilizarte ni comportarte como un niño.
- Jugar a “ser pequeño” para evadir responsabilidades.
- Culpabilizar a tus padres o quedarte atascado en el pasado.
- Seguir modas espirituales sin base emocional o terapéutica.
Este trabajo es mucho más profundo.
Sí es una reparación emocional que busca reconocer las heridas, validar el dolor y construir una relación interna de cuidado.
Sanar implica desarrollar una parte adulta consciente que acompañe al niño que un día no fue escuchado, aprender a poner límites desde el respeto y a ofrecerte ternura en lugar de exigencia.
No se trata de revivir la infancia ni de buscar culpables, sino de integrar lo vivido con comprensión y empatía. con el objetivo de poder habitarte hoy con amor, seguridad y presencia, dejar de reaccionar desde la herida y empezar a responder desde la calma.
En definitiva, sanar al niño interior es un camino de madurez emocional, un acto profundo de autocompasión que transforma la forma en que te miras, te hablas y te acompañas cada día.
Sanar al niño interior es volver a ti: una forma de habitarte con amor
Puede que esta sensación te resulte familiar: has intentado ser fuerte mucho tiempo y ahora necesitas ternura.
Sanar al niño interior no es volver atrás, sino volver a ti. Es dejar de vivir huyendo de lo que sientes, de las heridas que aún hablan en silencio, de esa parte que un día solo necesitó ser vista y amada.
Cuando te permites mirar dentro con ternura, reconoces que lo que un día dolió sigue buscando espacio para ser comprendido. Al atender esa parte interna, aprendes a dejar de huir de tus emociones, a reconocer tus necesidades y a construir una relación contigo basada en el cuidado, no en la exigencia.
“Sanar al niño interior es dejar de vivir huyendo de ti. Es volver a casa. A tu ternura. A tu verdad.”
Este proceso no busca borrar el pasado, sino transformarlo en comprensión. Al validar tu historia y escuchar tus emociones, comienzas a construir dentro de ti un refugio seguro.
Ahora ya no necesitas exigirte para sentirte valioso; puedes acompañarte con ternura, poner límites desde el respeto y tratarte con la paciencia que mereces.
Sanar es un acto de amor profundo hacia tu historia, hacia quien fuiste y hacia quien eres hoy y es un regreso a tu esencia, a tu verdad, a tu humanidad.
Volver a ti es dejar de sobrevivir y empezar a habitarte con amor, calma y presencia.

Colegiada 20921
• Licenciada en psicología en Universidad de Barcelona.
• Master en Terapia Cognitivo-social. Especialización en Infancia y Adultos en Universidad de Barcelona.
• Postgrado en atención temprana y psicomotricidad en la Universidad de Nebrija.
• Especialización en TREC (Terapia Racional Emotiva).
• Especialización en Terapia Breve Estratégica (TBE).
• Especialización en terapia de pareja por la Universidad de Barcelona y centro Dendros.
• Terapeuta de adultos, infantil y pareja.





